Se equivocan quienes cantan derrota antes de tiempo. Si elevamos la mirada por encima de la dimensión política-institucional y su agitada dinámica, nos damos cuenta de que el bloque de poder todavía no es capaz de apaciguar las contradicciones para dirigir la crisis política hacia una resolución oligárquica. Podríamos resumir la crisis de la siguiente manera: ni ellos pueden seguir mandando como antes, ni la ciudadanía quiere seguir obedeciendo como antes. La última expresión de la crisis la encontramos en la movilización, todavía primaria, de la España vaciada. A pesar de la recomposición política de los últimos años, el bloque de poder no puede asumir reformas democráticas. Cualquiera de ellas supondría un desgarro demasiado profundo en la configuración del Estado y su «selectividad estratégica»: la resistencia de la derecha –y de amplios sectores del propio poder judicial– contra una modesta renovación del CGPJ es una evidencia de la batalla de fondo. Esta es la contradicción principal, la clave de la crisis hoy y, por tanto, de nuestra oportunidad. No han podido ni aniquilarnos ni cooptarnos: la ferocidad de los ataques que no cesan es buena prueba de ello.
Nuestro país cambió y no hay marcha atrás. No es posible rebobinar el reloj. La España bipartidista y «juancarlista» que confiaba en el sistema representativo-liberal no volverá. En el proceso de cambio permanente que vivimos se vislumbran dos posibilidades de fondo: el cierre oligárquico por arriba, sea en forma de involución reaccionaria o en forma de integración «transformista», y la profundización democrática en forma de proceso constituyente. Sea como sea, dentro de diez años nuestro país será diferente. Que sea un país en el que las clases populares vivan mejor es nuestra tarea. Eso, y no otra cosa, es lo que nos jugamos en el actual momento histórico.
Un espacio político se define por las tareas que asume y los objetivos que se marca. No es lo mismo aspirar a un determinado porcentaje electoral que a levantar un nuevo proyecto de país. Para lo primero nos basta con unir a los sectores políticos que se dividieron por el camino y se alejaron por la merma de las expectativas y la sensación de derrota. Esto, la llamada unidad de la izquierda, siendo imprescindible es insuficiente. Para levantar un proyecto de país necesitamos convocar a una mayoría constituyente, disgregada, sin una propuesta ideológica sólida, pero que comparte la necesidad de un proceso de renovación democrática a todos los niveles: político, institucional, territorial, cultural y social. Lo sabemos, no estamos en 2011, no vivimos un momento de empuje popular; no hace falta que nadie nos lo recuerde. Sin embargo, la insatisfacción con el sistema, sea la monarquía, el encaje territorial o la propia política, está ahí. La mayoría constituyente del ciclo pasado se cansó, se fue a su casa, una parte de ella cayó en el cinismo y otra se integró, pero no desapareció. Todavía hay una mayoría social que espera un nuevo impulso moral, una nueva convocatoria.
Partiendo de estas reflexiones, diseñamos Igualmente libres, la Escuela de Formación de Izquierda Unida, como un espacio de encuentro amplio y amable. Juntarnos a debatir colectivamente sin las exigencias de la coyuntura ya fue un éxito. Que por primera vez después de mucho tiempo nos juntáramos todas las sensibilidades de la llamada izquierda transformadora es una anécdota sin más importancia. En ninguna de las ponencias nos dedicamos a hablar de nosotros y de nosotras: no nos juntamos para hablar de las bondades de la unidad, es decir, no nos juntamos para pasarnos la mano por el lomo, sino para pensar colectivamente cómo vamos diseñando el bosquejo de un país más libre, más democrático y más igualitario.
¿Por qué Igualmente libres? ¿Cuál es la idea central del discurso de José Antonio Kast en Chile? ¿Cuál fue la del discurso de Isabel Díaz Ayuso? Todos los líderes reaccionarios han secuestrado el concepto de libertad y cuando nos lamentamos de ello –normalmente en las campañas electores– es tarde y contraproducente, pues reforzamos el marco libertario-reaccionario que retuerce la libertad y la convierte en el privilegio de unos pocos que ejercen contra la mayoría. La libertad, la igualdad y la democracia son conquistas del movimiento obrero, ¡qué craso error no disputarlas! Los reaccionarios nos chantajean: más seguridad a cambio de menos derechos. Libertad o igualdad, nos plantea incluso algún izquierdista despistado. Igualmente libres es una respuesta desde el republicanismo popular y democrático a los falsos dilemas y a las trampas de los reaccionarios. Un buen punto de partida para imaginar y construir ese país más libre, más democrático y más igualitario que no cabe en un ordenamiento jurídico e institucional incapaz de dar respuesta a sus propias contradicciones, a su propia crisis.
Julio Martínez-Cava, uno de los intelectuales de nuestro país que mejor conocen la obra de E. P. Thompson, afirmó que la Escuela «dará que hablar». En la misma línea se expresó Manuel Romero, coordinador del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social: «la Escuela marcará un antes y un después en la forma de dialogar entre nosotras». Elizabeth Duval señaló la necesidad de seguir «enriqueciéndonos en común». Y es que la Escuela no fue un éxito por el renombre de su cartel o la calidad de sus debates, sino porque representa el inicio de un nuevo camino de reflexión colectiva en el que nos interpelamos todos los sectores políticos, sociales y culturales de la mayoría constituyente. La Escuela solo fue un modesto espacio de encuentro en esta dirección. Seguimos.
Que nadie cante derrota todavía.
Artículo publicado en El Independiente de Granada el 29 de noviembre de 2021.