• Home
  • /
  • Blog
  • /
  • 10 principios de una campaña electoral

10 principios de una campaña electoral

El fin de semana del 20 al 22 de mayo Izquierda Unida celebró en Mieres la Escuela de formación Tejiendo comunidad, en la que se realizaron varios talleres para preparar las elecciones municipales de mayo de 2023. Uno de ellos, Construyendo la estrategia electoral, terminó con un decálogo de principios que rigen las campañas electorales. En este artículo introducimos de manera superficial cada uno de los principios que recogemos en una selección caprichosa que, si no fuera por una cuestión de tiempo y espacio, sería más extensa.

  1. La investigación es imprescindible

Hace dos años, Enric Juliana y Lluís Orriols protagonizaron un encontronazo en una famosa tertulia política. El primero le reprochó al segundo que un sector de la politología estaba deteriorando la calidad del debate político atiborrándolo de encuestas y datos. No hay política, insistía el veterano periodista, sin historia, olfato e instinto. Lo cierto es que el ritmo actual de encuesta pública diaria es insostenible entre otros motivos porque genera un cortoplacismo incompatible con la política, pero la investigación no tiene la culpa. De hecho, nos atrevemos a afirmar que sin investigación no hay política. Y no vale la excusa de la barrera técnica o la escasez de recursos: hasta en el municipio más pequeño contamos con datos cuantitativos gratuitos, que van del comportamiento electoral histórico a la distribución laboral de la población, y tenemos un acceso relativamente fácil a estudios cualitativos. ¿O acaso hay técnicas que puedan sustituir el calor de charlas en profundidad con tu vecino, en su casa viendo el fútbol o en el bar tomando una cerveza? Le damos valor a la investigación, no se la quitamos a la intuición del dirigente político.

  1. La campaña está en la gente

Analiza el porcentaje de tiempo que una campaña dedica a las inquietudes de la gente y podrás hacerte una idea del resultado electoral. Cómo son los sectores a los que nos dirigimos, con qué sueñan, qué les quita el sueño, cuáles son sus preocupaciones, pero las reales, no aquellas que confundimos con las nuestras o que extraemos de una lectura vaga de las encuestas. Estas son preguntas que debemos tener presentes en todo momento porque la campaña debe girar alrededor de los sectores a los que nos dirigimos y, por extensión, a sus preocupaciones reales, a sus valores, a sus anhelos. El ciclo vital de un líder político tiene cuatro fases: nace, crece, se aísla y muere. Lo importante es la gente, y esto no es incompatible con una propuesta sólida en términos programáticos o nítida en términos ideológicos. En una campaña lo importante es la gente y, para ser más exactos, los sectores más dudosos, que normalmente son los más alejados de la vorágine política, institucional y mediática.

  1. La campaña importa

Desde hace unos cuantos años, la única certeza que tenemos el día de una nueva convocatoria electoral es que el resultado es imprevisible. Vivimos una crisis de representación e intermediación que ha menoscabado las grandes instituciones de antaño, como los partidos o los medios de comunicación. En 1996 se decidió el 13% de los votos durante toda la campaña. En 2015, el 36%, y el 18% el último día de campaña, según el CIS. Durán Barba y Santiago Nieto realizaron varios estudios en países latinoamericanos y afirman que el 20% del electorado decide su voto en el momento de votar. En España, igualmente se deciden más votos en un solo día que en campañas enteras de épocas pasadas. La campaña importa, y sobre todo su tramo final: todo lo que hagamos debe permitirnos llegar bien posicionados a la última semana y especialmente a los últimos días. Las encuestas no fallan tanto como creemos, pero sí tienen dificultades añadidas para anticipar los movimientos que se producen durante la última semana, en la que no pueden publicar sondeos y corregir los anteriores. No le restamos importancia al trabajo realizado durante los cuatro años, solo insistimos en la importancia de la campaña.

  1. Si no está escrito, no existe

Normalmente, los líderes políticos y los candidatos creen tener la estrategia en la cabeza. Sin embargo, si la estrategia no se traduce, en última instancia, en un Plan de campaña cuidadosamente escrito, no existe. Matt Reese, famoso asesor del Partido Demócrata norteamericano y una de las referencias de Iván Redondo, decía que al menos hay dos cosas que no existen en una campaña: todo lo que no se puede contar y los personajes que no tienen dirección y teléfono. Nosotros podemos ser más modestos y quedarnos en la necesidad de tener la estrategia y sus elementos principales recogidos y desarrollados en el Plan de campaña. Confiamos en la cabeza de los líderes políticos y los candidatos, pero siempre es necesario añadir método. Solo con documentos escritos y debidamente fechados, por cierto, es posible la revisión permanente a la que estos deben someterse y la evaluación posterior.

  1. Una campaña exige disciplina

El candidato, el estratega o el simple curioso que quiera formarse en estrategia política tendrá que empezar, de manera obligatoria, por la estrategia militar. No es casualidad que El arte de la guerra de Sun Tzu, El Príncipe de Maquiavelo o el Breviario de campaña electoral de Quinto Tulio Cicerón sean tan recurridos siglos e incluso milenios después: en política casi todo está inventado. En lo que aquí y ahora nos concierne, el arte de la política y de la guerra comparten la necesidad de un ejército centralizado, disciplinado y, por consiguiente, jerárquico. El peor enemigo de una campaña es la dispersión de recursos, la cacofonía, la descoordinación. La estrategia es el diseño integral de todo lo que se hace y todo lo que se dice durante un periodo de tiempo determinado para conseguir unos objetivos previamente seleccionados partiendo de unos recursos siempre limitados. Sin coherencia y sin unificación de recursos, no hay estrategia. Es imprescindible el diseño de un equipo de campaña que funcione con la precisión de un reloj suizo y en el que cada miembro tenga perfectamente definidas sus responsabilidades. Aunque pueda parecer contraintuitivo, esta es la única manera de que sea exitosa la incorporación del mayor número posible de colaboradores y simpatizantes desde abajo.

6. Hazlo sencillo

La gente tiene poco tiempo para escuchar a los candidatos porque tiene menesteres más importantes en su vida cotidiana. Además, está sobrecargada de política. La política institucional, asociada a la politiquería, le genera rechazo, por lo que ha desarrollado anticuerpos para repelerla. Así las cosas, la propuesta política y los mensajes deben ser sencillos e inteligibles. Es importante priorizar, traducir y repetir las ideas fuerza. Menos es más. En un escenario de polarización, multipartidismo y ruido nuestros mensajes deben abrirse hueco, y la sencillez es un valor incalculable en un mundo difícil de entender y de explicar. Hacer las cosas de manera sencilla no es exactamente lo mismo que simplificar, y mucho menos que rebajar la calidad del contenido. Al contrario, hacer las cosas sencillas exige un alto grado de sofisticación e inteligencia.

  1. Define tu posicionamiento

El valor más preciado de una fuerza política es su posicionamiento. Los debates verdaderamente estratégicos tienen que ver siempre con el posicionamiento. A veces este se restringe a la posición ideológica o programática, otras a su posición institucional y, por tanto, a la relación con los demás actores políticos. Sin embargo, lo que define verdaderamente el posicionamiento de una fuerza política es el lugar que ocupa en la mente y en el corazón de la ciudadanía. Para bien o para mal, somos más lo que la gente opina que somos que lo que nosotros decimos ser en nuestros discursos o en nuestros estatutos. Aunque es un trabajo que exige más tiempo y más recursos, una campaña electoral consiste en reducir la distancia entre el posicionamiento real de partida y el posicionamiento óptimo. El posicionamiento se traduce en un candidato con un relato coherente y particular, pero también en una propuesta, en una bandera, en una causa. En términos de marketing, el posicionamiento debe traducirse en lo que sería la Proposición Única de Venta: ¿qué atributo nos diferencia del resto haciéndonos únicos e imprescindibles? Si no somos capaces de responder a esta pregunta en una frase, es que no lo sabemos. Y sin diferenciación no hay campaña

  1. El candidato es el protagonista principal

La personalización de la política no es un fenómeno novedoso. La crisis de intermediación y especialmente el deterioro del papel de los partidos políticos solo profundizaron una dinámica irremediable. En España, los partidos cuentan con un arraigo institucional y social relativamente sólido (por el sistema político o la distribución territorial del poder, entre otros factores), pero en el resto del mundo vemos que los vencedores de cada elección pueden ser perfectamente candidatos sin partido. Para bien o para mal, una campaña electoral es una confrontación entre las narrativas de los distintos candidatos. La estrategia se traduce, en última instancia, en los mensajes del candidato. De lo que se trata es de acercar el candidato a la gente. ¿Cuál es la historia del candidato, cómo conecta con la historia del nosotros como pueblo y por qué es el más idóneo para afrontar los retos del momento? ¿Por qué la gente debería, a fin de cuentas, apostar por él y no por los demás? Igualmente, si el candidato no es capaz de responder a esta pregunta en una frase, es que no lo sabe. Y si no lo sabe, lo mejor es que se retire de la contienda electoral. Haced la prueba y preguntad a varios candidatos.

  1. Gánate la atención y genera percepciones

A una campaña no se sale exactamente a buscar votos, sino a generar percepciones. A una campaña municipal se sale diariamente a buscar conversaciones. Con ellas se transmiten percepciones que pueden crear elementos de memoriabilidad que serán decisivos a la hora de cambiar la intención del voto de las personas indecisas. Quien mejor ha explicado esto es Xavier Peytibi en Las campañas conectadas (2019, UOC). No es lo mismo votar pensando en una marca política, con sus particulares desgastes y rechazos, que en la convicción que te transmitió el concejal con el que hablaste sobre los problemas de la luz en el barrio. Donde está la atención está la percepción, y donde está la percepción está la decisión.

  1. Ofrece futuro

La política es ingrata. No votamos tras realizar un análisis técnico-administrativo de la gestión realizada por el gobierno de turno. Actuamos con sentido común y de manera razonable, pero de manera menos racional de lo que nos gustaría reconocer. Votamos desde una perspectiva de futuro. Si gobernamos bien, la gente no nos votará para agradecer el trabajo bien hecho, sino porque confía en que lo seguiremos haciendo bien y por lo tanto seguirán beneficiándose de ello. Así funcionan todos los trabajos. Todos conocemos buenas gestiones que no han sido refrendadas electoralmente y malas gestiones que no se han traducido en derrotas electorales. La pregunta de fondo siempre es la misma: para qué sirve votarnos. En esa pregunta está la clave del carácter instrumental del voto. ¿Sirve para recoger las inquietudes de la gente a partir del día siguiente de las elecciones y para solucionar sus problemas cotidianos? Nunca basta con una buena gestión, ni en el gobierno ni en la oposición.

Artículo publicado en Beers&Politics el 30 de mayo de 2022.

Deja una respuesta