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Los Ayuntamientos, última trinchera

Con la derrota del nazifascismo en la II Guerra Mundial comenzaron los 30 gloriosos años del capitalismo. Las élites económicas y políticas europeas asumían la necesidad de un reparto relativamente generoso del pastel para apaciguar tentativas revolucionarias. En el escenario internacional, la Unión Soviética todavía representaba una alternativa en el imaginario colectivo. En el plano interno, las organizaciones de izquierda se nutrían de una clase obrera socialmente organizada y de unos sindicatos con la fuerza suficiente para tutear a la patronal.

El neoliberalismo fue una salida a la crisis de los años 70. Las élites económicas internacionales dirigidas en el ámbito político por Ronald Reagan y Margaret Thatcher iniciaron una ofensiva para liquidar el pacto social de los años dorados. Una vez estabilizado el escenario internacional y descabezada políticamente a la clase trabajadora a través de la integración, el miedo a la revolución se esfumaba y con él la necesidad de un reparto generoso de los recursos. En España los franquistas «desarrollistas» seguían obsesionados por avanzar hacia «un país de propietarios en vez de proletarios», por el surgimiento de una clase media advenediza sin aspiraciones rupturistas.
Con el neoliberalismo se impusieron políticas de desregulación que se tradujeron en carta libre para el capital sin ningún contrapeso social, institucional o jurídico. El tejido productivo mutó y la estratificación social se hizo cada más compleja, dificultando a los trabajadores su ubicación en el trabajo y en la sociedad; dificultando, en última instancia, su proceso de concienciación. Se empezaron a mercantilizar todos y cada uno de nuestros ámbitos de vida. La lógica de la maximización del beneficio se imponía a cualquier otro criterio como los Derechos Humanos o el constitucionalismo social de posguerra.
El neoliberalismo suele ser asociado con el proceso de desregulación, financiarización y globalización de la economía que, desde los años 70 hasta el día de hoy, supone un trasvase del dinero de los bolsillos de la clase trabajadora y los sectores populares a los bolsillos de las élites económicas. Siendo esta asociación rigurosamente cierta, es incompleta ya que no tiene en cuenta su capacidad para imponer un modo de vida y una particular visión del mundo. Sin infravalorar la incuestionable concentración de riqueza en un número de manos cada vez más reducido, el verdadero éxito del neoliberalismo ha consistido en la desarticulación ideológica, cultural y socialmente de la clase trabajadora y los sectores populares.
El posfordismo y la llamada flexiseguridad acabaron con la identidad de clase. Quien cambia de trabajo cada seis meses y vive de manera precaria no sólo tiene dificultades para organizarse y luchar por sus derechos, también tiene dificultades para desarrollar una identidad y una solidaridad siquiera corporativas. Al mismo tiempo, la mercantilización de la que nada ni nadie es ajeno se cobró, entre otras, una importancia pieza: el concepto de comunidad. Nos volvimos individualistas y hasta las cenas familiares se convirtieron en un mero trámite –cuando no un suplicio– en nuestra rutina virtual.
El tejido social construido durante décadas fue desmantelándose hasta la desmembración total. Las asociaciones de vecinos, culturales, sindicales, etc. perdieron protagonismo dejando en algunos casos al equipo de fútbol como única referencia de pertenencia comunitaria y al bar como único espacio de socialización (ambos espacios significativamente masculinizados). Semejante desarticulación de la sociedad civil no puede ser obviada cuando se hace un análisis del escenario político especialmente a nivel municipal. Es en la sociedad civil donde se produce la lucha ideológica y cultural que acaba definiendo el panorama político-electoral.
Esto nos lleva a entender la política como una lucha permanente por la hegemonía en la que resulta fundamental construir trincheras y espacios de socialización de todo tipo, ya que en los espacios aparentemente neutrales también se reproduce ideología y se genera consenso. La hegemonía, pues, se resume en toda una visión del mundo, difícil de circunscribir en términos electorales.
Los Ayuntamientos son una pieza fundamental para cualquier salida democrática a la crisis. El principio de subsidiariedad, el contacto directo y la cercanía con los vecinos hacen de éstos una herramienta privilegiada para construir comunidad y tejido social. Las élites económicas y políticas lo entendieron en la Transición y demuestran, artículo 135 de la Constitución en mano, que lo siguen entendiendo. Para éstas es fundamental que ningún Ayuntamiento demuestre que se puede gobernar de otra manera aún sin autonomía financiera real. Y es fundamental, a pesar de tener una incidencia económica insignificante si aspiramos a que devuelvan lo robado, ya que tienen la capacidad para ayudar a la construcción de una sociedad civil organizada en la que la ciudadanía sea partícipe de su propio destino.
En un contexto de reflujo en el que peligra lo conquistado hasta ahora desde el ciclo de movilizaciones inaugurado en 2010, la preservación de los actuales y la conquista de nuevos Ayuntamientos se convierten en dos objetivos fundamentales. Para ello es necesario recuperar el espíritu de las confluencias exitosas de 2015 que nos permitieron conquistar las principales ciudades del país. Ese espíritu de desborde que hizo de las confluencias algo más profundo que una mera coalición electoral entre distintas organizaciones políticas. La agudización de las contradicciones del capitalismo hace que una mayoría social con distintas sensibilidades ideológicas y no adscrita a ninguna organización política comparta intereses objetivos. A esa mayoría social compleja, diversa y fragmentada debemos tender la mano.
El objetivo estratégico es la alianza de distintas clases y sectores sociales que superen sus visiones corporativas en aras de un proyecto ético-político conjunto que se concrete en una visión del mundo propia y autónoma. Aspiramos a la construcción de un bloque histórico que dispute la hegemonía. Las confluencias son condición insuficiente pero necesaria siempre que se enmarquen dentro de una perspectiva estratégica más amplia para no caer en posiciones electoralistas. Debemos conquistar los Ayuntamientos, no para hacer lo mismo que los de siempre pero sin corbata sino para construir un nuevo modo de vida que genere al mismo tiempo una nueva visión del mundo frente al individualismo, el consumismo y la mercantilización. Que nos permita articularnos ideológica, cultural y socialmente.
Debemos conquistar los Ayuntamientos no sólo ni principalmente para demostrar que somos mejores gestores que ellos, sino para construir comunidad, barrio, pueblo, clase.
Artículo publicado el 2 de diciembre de 2017 en:
http://www.elindependientedegranada.es/politica/ayuntamientos-ultima-trinchera

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