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Ante los límites institucionales: Unidad Popular

La victoria de Ahora Madrid representó el hito político más importante cosechado por el llamado «espacio del cambio» en las pasadas elecciones municipales. En un momento de ofensiva popular, la participación ciudadana hacía de la confluencia una organización social de encuentro que superaba la suma entre las organizaciones políticas existentes. Se dirigía con éxito del «no nos representan» al «sí se puede» y se conquistaba el Gobierno nada más y nada menos que de la capital del país. Se producía una victoria imposible de imaginar tan sólo cinco años antes, frente a un PP que había hecho de la corrupción un sistema de gobierno.

Dos años después, la cesión de Carlos Sánchez Mato evidencia los límites, las contradicciones y los problemas que afronta el «espacio del cambio», no sólo –ni principalmente– de cara a las siguientes elecciones, sino en la construcción de una alternativa sólida frente al proyecto de recomposición de las élites. Éstas están dirigiendo con éxito, aprovechando la cuestión territorial, una contraofensiva «deconstituyente» hacia un nuevo país más autoritario en el que los Ayuntamientos tendrán un papel meramente testimonial. Se trata de imponer el relato de que no hay alternativa. La modificación del artículo 135 nos convirtió en un país intervenido, cediendo nuestra soberanía (ya de por sí exigua) al Banco Central Europeo y a los bancos alemanes. Si las instituciones arrastraban limitaciones por su propia naturaleza, desde 2011 los recortes y los rescates financieros con el dinero de la mayoría social se hicieron ley. Se constitucionalizó el neoliberalismo.
Sin lugar a dudas el contexto actual está atravesado por una tendencia negativa que va más allá de la coyuntura y de las particularidades propias de Madrid. Se trata, entre otros factores, del desencanto inherente a todo proceso de institucionalización en el que, además, nada ni nadie escapa a una correlación de fuerzas impuesta. Más allá de cuestiones morales que en cada lugar aparecerán en momentos y formas distintas atormentándonos como el pajarraco pesado de Pasolini, nuestra virtud política dependerá de la capacidad para superar contradicciones y conquistar –o mantener– posiciones. No hay varita mágica ni fórmula exportable, si acaso la asunción de un análisis más amplio: en un contexto de previsible reflujo, debemos convertir nuestros ayuntamientos en trincheras. Revalidar los actuales gobiernos municipales es una conditio sine qua non para consolidar el «bloque del cambio», sin embargo no se trata de una pelea situada estrictamente en el plano electoral.
A pesar de las limitaciones anteriormente descritas, las instituciones son herramientas fundamentales en tanto en cuanto tienen la capacidad para contribuir en la construcción de tejido social, espacios de socialización, contrapoder ciudadano y, en última instancia, modos de vida alternativos. Se trata de un trabajo tedioso, poco gratificante y sin traslación electoral mecánica, pero imprescindible para articular una sociedad civil organizada sin la cual no se podrán resistir los envites de las oligarquías económicas y sus brazos políticos. Uno de los riesgos de quedarse atrapado en las dinámicas propias de las instituciones consiste en no valorar en su justa medida esta necesidad que, a día de hoy, no ha sido rebatida al menos para quienes aspiramos a algo más que la «buena gestión» en términos tecnocráticos, es decir neoliberales.

 

Ante los límites, las contradicciones y los problemas que afronta el «espacio del cambio» apostamos por la Unidad Popular, conscientes de que ésta no es una coalición entre distintos partidos, sino la alianza de esa clase trabajadora fragmentada y diversa que eleva sus reivindicaciones propias apostando por un proyecto común. Dicha alianza no será armónica, sino conflictiva, compleja, y sólo se desarrollará dialécticamente en el conflicto, desde abajo y a través de la participación colectiva. Somos conscientes de que la movilización permanente es imposible, máxime en un contexto de reflujo y precariedad. De lo que se trata es de construir el mayor número posible de espacios de organización social, también –y especialmente– aquellos en apariencia apolíticos. Este es uno de los grandes retos estratégicos que afrontamos desde las confluencias y que sólo asumiremos si nos desprendemos de una visión institucionalista de la política. La Unidad Popular debe llevar la política de las instituciones a los barrios y viceversa, ya que cuando queda enclaustrada en el plano institucional acaba convirtiéndose en «el arte de lo posible»: la muerte de la alternativa. Y hay alternativa.
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Artículo publicado el 18 de diciembre de 2017 en: 
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http://www.elindependientedegranada.es/politica/limites-institucionales-unidad-popular

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