Las novelas del exboxeador y detective Toni Romano, escritas por Juan Madrid, son la crónica negra-urbana de la Transición. Sin entrar en temas políticos (¿qué no es político?) reflejan el tipo de sociedad que surgió de aquel proceso, si bien tan solo fue una evolución quizá demasiado natural de la anterior. No me resisto a reproducir un párrafo en el que un listo obsequia con su monserga del Buen Ciudadano a Toni Romano:
«Siempre te has creído diferente y no estás hecho de forma distinta a los demás. Elósegui es más listo y está arriba, entre los que mandan, y no sirve de nada ver las cosas de otra manera. Todos tenemos que servir a uno que manda. El mundo se divide ente los listos y los tontos. Ahora voy a escuchar la campana desde mi rincón. Si tú fueras listo harías como Alfredo, venirte con nosotros. Hace falta gente como tú, busca a Otto, encuéntralo y recibirás pasta y Elósegui te hará rico. Lo que estamos haciendo dará dinero a espuertas. Cuando Elósegui construya el barrio nuevo, qué digo, casi una ciudad en miniatura, todos sacaremos dinero, pero hay que hacer y no preguntar. Será tan fácil como quitar caramelos a un niño.»
«Te creo capaz de eso», respondió Toni Romano. La novela se llama Un beso de amigo y está escrita en 1980. Me parece oportuno rescatarla por dos motivos. Primero, porque Eclipse Rojo es una novela con más enjundia política que cualquier manifiesto o artículo (la literatura es una mentira que dice la verdad) y nos enseña todo un proceso político, y para entender un proceso político es imprescindible saber de dónde venimos. Segundo, porque si las novelas de Toni Romano son, como hemos dicho, la crónica negra y urbana sobre la que se asentó la democracia, la tetralogía Los días de la gran crisis es la crónica social y política de la segunda Transición.
Felipe Alcaraz escribe sobre derrotas. Pero distingue entre estar derrotado y estar vencido. Toda victoria tiene algo de derrota y toda derrota tiene algo de victoria: es, como decía Simón Bolívar, en las derrotas donde se aprende el arte de vencer. Escribió Serpentario (2014) en el punto más álgido de la movilización social, imaginando cómo sería un proceso constituyente en España. Pero de nuevo en el final había algo de derrota: el joven Antoine de Los 400 golpes de Truffaut escapando hacia la libertad, llegando a ese mundo nuevo que es el mar, mirando de repente hacia atrás… mirándonos a nosotros. Como preguntando: ahora qué.
La historia no se puede circunscribir a fechas concretas. Son procesos, complejos y dialécticos, que no se desarrollan de manera lineal. Por eso resulta difícil saber cuándo perdimos realmente. Felipe no escribe desde una atalaya ni desde una supuesta objetivad (objetivos son los objetos), sino desde una posición política e ideológica nítida: es un militante, y esto es más importante que ser un histórico dirigente del PCE e IU. Se habla y mucho de sus dos organizaciones, y es que para entender el proceso de segunda Transición que parece culminar con éxito tras el fin de ciclo electoral, hay que entender las contradicciones tanto internas como externas.
Tiempo de ruido y soledad (2012) arranca con el entierro de Marcelino Camacho. El final simbólico de una época. Acaparando las mejores posiciones del acto estaban aquellos quienes más empeño pusieron en desterrarlo políticamente en vida. Fuera de allí, una sociedad que no despertaría hasta meses más tarde un día 15 de mayo, sin referentes políticos ni sindicales. Nuestra derrota fue doble una vez que la URSS se derrumbó y el capital ya no tenía miedo a la revolución, por lo que dejaron de ofrecernos un pacto social a cambio de la paz social. El posfordismo nos dejó sin identidad, sin referentes de clase, políticos y sindicales: ¿qué eran las Comisiones Obreras que despedían en 2010 al gran líder obrero? Mientras tanto, una crisis aún incipiente bajo el gobierno de un Zapatero que se sentaba en la mesa con los caníbales, como escribió el célebre Rafael Chirbes.
En La disciplina de la derrota (2013) están algunas de las claves para entender el fracaso de la izquierda ideologizada. IU decidió a partir de su IX Asamblea, vista entre bambalinas en la novela anterior, refundarse, ir hacia un verdadero movimiento político y social y buscar alianzas con la construcción de un bloque histórico como objetivo estratégico. Los documentos eran nítidos. Ganaron los románticos, pero los burócratas que no creían lo que aprobaban se encargaron de guardar los documentos en un cajón. La subida electoral en 2011 hizo que la X Asamblea celebrada un año más tarde no supusiera ningún cambio importante. El pacto de cogobierno en Andalucía ya era un hecho y se aplicaban recortes por imperativo legal al tiempo que se pregonaba la ruptura democrática al calor de la efervescencia social. A fin de cuentas, todo parecía ir bien: las encuestas reflejaban una tendencia al alza. Quienes hayan leído la novela entenderán que no crea necesario hacer más comentarios sobre el caso andaluz: no hace falta.
Meses más tarde, en el auditorio Marcelino Camacho, se celebraba el XIX Congreso del PCE. El entonces coordinador federal sube a la tribuna y lanza una pregunta retórica que suena como una pedrada en un portón: ¿queréis gobernar? A los pocos segundos del impacto algunos delegados responden con brío: ¡sí! Aquella solemne escena confirmó la hegemonía de las tesis derrotadas en la IX y X Asamblea de IU. O dicho de otra manera: la gestión de las tesis victoriosas a manos de los realistas, a saber, los aparatos, que son los que saben de política real y concreta frente a los intelectuales de postín que venden humo y los jóvenes izquierdistas que están bien en el quinto puesto de las listas, pegando carteles o escribiendo en blogs. No se trataba de construir una Alternativa con vocación de mayorías en un contexto de crisis de régimen, sino de crecer para pactar en condiciones dignas con el PSOE y atraerlo a posiciones de izquierdas.Se apelaba a la movilización, pero se entendía la movilización en clave electoral y no en clave de sujeto histórico. Por eso no entendíamos el 15M: qué nos iban a decir esos niñatos recién llegados que le dieron la mayoría absoluta al PP.
Y en esas llegó el eclipse antoniano. Una segunda clandestinidad. Justo cuando lo estábamos haciendo bien, como así lo reflejaba el indicador demoscópico, al parecer el único indicador. Si esto era así, Podemos solo podía ser el resultado de una conspiración del poder para dividir a la izquierda real en una operación similar a la de los noventa con el PDNI. En cualquier caso, el fenómeno Podemos resultó exitoso y además provocó un repliegue defensivo e identitario de una dirección de IU descolocada. En un contexto de crisis de régimen en el que una mayoría social tenía sensibilidad constituyente aun sin un arraigo ideológico sólido, nuestra primera tarea fue buscar al votante de izquierdas del PSOE y la segunda defendernos de la «nueva política».
El cuerpo eclipsante no estaba exento de contradicciones. Íñigo influyó más en Pablo que Pablo en Íñigo. Se produjo la desamortización de Monedero, un intelectual que necesitaba volar, según dijo Pablo un día que creyó que el resto de los mortales son tontos. Pero la pompa demoscópica seguía ahí. Cuando se publicó Eclipse Rojo, meses antes de las elecciones del 20D, Pablo ya dijo aquello de las estrellas rojas. Parecía imposible que se diera la confluencia, al menos electoral, en las elecciones que cerrarían el ciclo inaugurado por el 15M (una vez que se pisa moqueta…).
«Si conseguimos, y no es fácil que el PP, mi partido –me miró por encima de las gafas–, y Ciudadanos no puedan coaligarse tras las generales, y que tampoco puedan hacerlo el PSOE y Podemos, tendremos el escenario ideal para un entendimiento cuasi constituyente entre los dos grandes partidos. Llámalo segunda transición, restauración o como te parezca. Se trataría, entre otras cosas, de eliminar el término “proporcional”, referido a la ley electoral, de la Constitución, así como de fijar en ella, de manera precisa, las competencias de las comunidades autónomas y la relación definitiva entre ellas y la administración del estado. Hablamos de consolidar una amplia etapa histórica. Vosotros, hoy en una difícil situación, os podéis salvar si os pegáis al proceso, aunque está claro que necesitáis a un Carrillo, un nuevo Carrillo, es decir, alguien capaz de ahormar a los militantes de principios congelados. Olvidaos de Anguita. Perdona que hable así. De otro lado, yo dudo de que Ciudadanos y Podemos, sobre todo los “podemitas” de la línea Errejón, se distancien demasiado de la causa».
El anterior es el alegato del Ministro de Exteriores, Margallo, frente a Centella, recogido en la novela y publicado varios meses antes de las elecciones del 20D –insisto–. Sin embargo, se produjo un resultado cercano al empate catastrófico que provocó unas segundas elecciones. Unas segundas elecciones que podían cambiarlo todo. Se decía, desde distintos sitios, unos al principio y otros al final, que la (necesaria) unidad popular no podía ser una mera sopla de siglas, un frente de izquierdas sellado por arriba, sino un proceso de desborde que hiciera posible llegar a los todavía no convencidos; pero que llegara no solo a través del plató gigante en el que se ha convertido la política. Aunque bienvenida, tan solo se produjo una suerte de confluencia electoral. Hay múltiples y variados factores que explicarían los malos resultados del 26J, pero más allá de errores –entre otros– de campaña, los factores de peso, estratégicos, y en última instancia ideológicos, siguen estando en la novela.
Llegados a este punto, puede parecer que apenas he hablado de Eclipse Rojo. Quienes la lean, entenderán que sí lo he hecho. Cualquier análisis estrictamente literario acompañado de los clásicos adjetivos resultaría impostado en alguien que no es un crítico literario. Eso sí, nadie me privará de disfrutar –y recomendar– como el que más de una pluma tan ligera como incisiva, del mismo modo que nadie me privará de disfrutar –y recomendar– un buen manjar sin ser Ferrán Adriá. Estamos ante la crónica novelada de todo un proceso histórico. Pocos piropos mayores habrá para un escritor comunista; perdón, para un comunista escritor.
Siguen ganando los listos, pero mientras no asumamos los valores del adversario puede que estemos derrotados, pero no vencidos.