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Que dios nos perdone o el poso de Se7en


Que dios nos perdone es buena. Confirma que el cine español vive un gran momento (a pesar de Dani Rovira). Pero quizás lo más importante, sin quitarle mérito ni al director ni a las grandes actuaciones (en su línea De la Torre, enorme Álamo), sea que el poso que dejó SE7EN fue tan grande que creó un propio género aun hoy de actualidad. La grandeza del cine negro, policíaco, de mafias,… es que interpela a la sociedad, a las cloacas del Estado, al poder. (Para entender la política no hay que ver Borgen, hay que ver Gomorra).

SE7EN nos mostró un mundo en el que tenías que gritar «fuego» si te estaban violando porque si no nadie acudiría a socorrerte (años más tarde los gafas defenestraron a Gaspar Noé, intentando matar al mensajero, por su Irreversible). Que dios nos perdone nos enseña el mismo mundo podrido en el que se le abre antes el portal a un cartero comercial que a un policía. Deshumanización y nihilismo en un mundo en crisis (sin orden). En ese Madrid caluroso y asfixiante de 2011 nacen dos «monstruos» como respuestas en ese viejo mundo que no acaba de morir y el nuevo que no acaba de nacer: la Juventud del Papa y el 15M. La saña absolutamente innecesaria de los asesinos de las dos películas responde a la famosa frase de Dostoievski: «Si Dios está muerto, todo está permitido». Unos entienden por Dios el ser supremo, otros la seguridad, el orden o la moral.

Sin duda, estamos ante una de las mejores películas herederas de la obra maestra de David Fincher, por encima de títulos de resonancia como Fallen, El coleccionista de amantes, Copycat o El coleccionista de huesos.
De la anterior película de Sorogoyen, Stockholm (2013), escribí una crítica en FilmAffinity.

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