No se puede entender Podemos sin su núcleo dirigente, un grupo de personas con tiempo y capacidad intelectual para desarrollar un arma política-mediática sofisticada capaz de canalizar electoralmente el descontento social. Sin embargo, lo que en un principio era la grandeza de Podemos –ese núcleo dirigente–, se convertía al mismo tiempo en su debilidad. Es cierto que los representantes de la vieja política se matan por un cargo o una liberación, cosa que debería abochornar a cualquier persona decente pero que se queda en la categoría de anécdota en comparación con el comportamiento de los académicos. Un político profesional puede vender su alma por un sueldo, pero un académico es capaz de rechazar un cheque en blanco y, sin embargo, venderla por una columna o una simple caricia por el lomo. La vanidad. Un intelectual no puede asumir ni una derrota ni una segunda fila. Que la realidad no te estropee un buen discurso. Este origen académico de los dirigentes de Podemos explica al menos en parte el espectáculo deleznable que están ofreciendo unos y otros de cara al Vistalegre II. Hay que reconocerles su aportación a la política española: han inventado nuevas formas de beef. También tienen algo de raperos.
Más en serio, podemos advertir la importancia que se esconde detrás del duelo al sol entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, definidos de manera acertada como un político intelectual y un intelectual político, respectivamente. No caben complejos. Si en España existe una posibilidad de cambio y todavía no se ha resuelto definitivamente la pugna entre la restauración y la ruptura democrática, es gracias a Podemos. Con independencia de que te caigan bien, te gusten poco o los odies a muerte. No estamos ante un «empate catastrófico», pero existe un sujeto político transformador con cinco millones de votos y 71 diputados. Lo verdaderamente dramático de las tiraeras entre dirigentes es que, sean conscientes o no, están despreciando a un fenómeno histórico sin precedentes en España y sin homólogos en Europa. La vanidad intelectual hace imposible la autocontención justo en el momento en que el PSOE queda desnudo. Para algún dirigente es más importante su biografía que las condiciones de vida de la gente humilde que sufre la crisis. Detrás del comportamiento personal siempre hay una explicación poliédrica, política e ideológica.
En el fondo de todos los acontecimientos políticos que se han desarrollado estos años se escondía soterrada la lucha entre la restauración y la ruptura democrática. Unidos Podemos sigue siendo una «anomalía» que pone en peligro el éxito de la restauración: la vuelta al turnismo bipartidista en el plano político, el pespunteo de la costura territorial en el plano estatal y el sometimiento de las clases populares ante una perspectiva económica poco halagüeña en el plano social. Si Unidos Podemos pone todo su potencial al servicio de una estrategia rupturista, puede evitar que la restauración culmine sin que al menos sus representantes salgan indemnes. Esta pugna entre restauración y ruptura democrática también se libra dentro de Unidos Podemos. Ningún dirigente político es ajeno a ella. Una vez asumido el crecimiento fulminante de Podemos, el objetivo del poder fue su integración. Asumieron su existencia –no sin dificultades– pero utilizaron toda su artillería sobre sus dirigentes para amedrentarlos. No pudieron con Pablo Iglesias y fracasó la política de cooptación: la primera gran prueba fue el pacto con el PSOE y Ciudadanos. Íñigo Errejón luchó por permitir el gobierno «del cambio» y, desde la oposición, arrancar políticas progresistas. A pesar de las diferencias estéticas y discursivas, no hay diferencias profundas entre el carrillismo-llamazarismo y el errejonismo. No se trata ya de romper el bipartidismo por su eslabón más débil sino de luchar contra la derecha (el PP) aceptando al PSOE como un hermano mayor díscolo al que hay que atraer a posiciones de izquierdas (de «cambio»). La estrategia errejonista rompe con la acertada transversalidad. Paradójicamente, es un retorno a posiciones pre15-M. Es un retorno, paradójicamente, a posiciones de la «vieja izquierda». La transversalidad fue un éxito porque recogía a toda esa amalgama de gente que sin un arraigo ideológico sólido tenía sensibilidad constituyente. Gente diversa, de distintas procedencias y distintas sensibilidades que se identificaba en el nosotros pero sobre todo contra el ellos (la casta). La estrategia de moderación y respetabilidad barre ese antagonismo convirtiendo a Podemos en otro partido más. Concretamente, en otro partido a la izquierda del PSOE más. De nuevo se piensa en pequeño: se abandonan a esos millones de personas que más sufren las crisis y actualmente están en la abstención y se miman a los «votantes de izquierdas» del PSOE. Detrás de la sofisticación retórica, se esconde una estrategia que lleva fracasando alrededor de 40 años, desde que Carrillo empezó a tirar por la ventana el equipaje para «no dar miedo». El poder no gana hasta que la oposición asume su discurso.
Todo muy viejo. Alguien dirá que no hay diferencias políticas entre ambos dirigentes, o no tan agudas. Puede ser, pero en ese caso la situación sería más grave, ya que estaríamos ante un intento poco sutil de matar al padre para pelearse por la herencia. No creo que se puedan separar ambas luchas, la ideológica y la de reparto interno. Lo que parece claro es que Pablo Iglesias resistió los envites del poder y ahora debe hacer lo propio dentro, mientras ese mismo poder se frota las manos. A Julio Anguita consiguieron derribarlo desde dentro gracias a una perversa alianza entre sus adversarios internos y externos. Iglesias cuenta con la ventaja que otorga una perspectiva histórica cargada de fracasos. Resistir es vencer. Los medios de comunicación se han volcado con Íñigo Errejón y la red de liberados que tejió Sergio Pascual durante un año a lo largo y ancho del país, provincia a provincia, a través de dedazos, purgas y vetos. Es difícil luchar contra gente que antepone su sillón al interés general. Gente que decía estar de paso pero se le viene el mundo encima si son relevados del cargo. Es la magia de unas instituciones hechas precisamente para que quienes vengan a cambiarlas acaben agarrándose con uñas y dientes a ellas. Institucionalismo y transformismo van de la mano. Un partido se agarra a lo que tiene: o a una red de cargos institucionales o a un movimiento popular tejido barrio a barrio (o lo deseable: a ambas, con el contrapeso rector y corrector que supone lo segundo). Después del 26J, si creen que al poder se le puede vencer con un giro lingüístico y tres eslóganes, sueñen con Errejón. Recuerden la evolución estética de Melendi y pregúntense si sirvió para algo más que para desnaturalizarse hasta el ridículo. Piensen, por el contrario, en Estopa. Solo siendo uno mismo, sin complejos, se puede conquistar el corazón de la gente humilde.
Para combatir el poder en unas condiciones a todas luces desfavorables hace falta una importante capacidad intelectual, pero también agallas. Coraje. Rapeaba Mucho Muchacho: «Mamá, mira nuestras caras…».