Año 2005. La burbuja inmobiliaria nos permitía creer que seríamos ricos, que nunca nos tocaría engrosar las filas de un paro en el porcentaje más bajo de las últimas décadas y el zapaterismo todavía en sus albores era un proyecto tremendamente seductor. Estamos hablando quizá del momento histórico en el que los poderes demostraron la mayor capacidad para la neutralización de sus amenazas a través de la integración. Digámoslo así: tanto las condiciones objetivas como las subjetivas eran de todo menos propicias para la irrupción de un grupo de rap antisistema. A mí me gusta partir siempre del análisis de estas condiciones porque, sin desmerecer a nadie, no es lo mismo subirte a una ola que intentar frenarla con un tirachinas.
Y, sin embargo, Los Chikos del Maíz irrumpieron con Miedo y asco en Valencia, una maqueta de seis temas que ruló principalmente a través de la extinta HHDirecto. Tampoco existía YouTube ni Spotify, pero sí un foro en el que dábamos la turra sin el histrionismo que gobiernan las redes sociales actualmente. Una maqueta de seis temas en la que se encuentran clásicos como Trabajador@s o Estilo Faluya. Si hay alguien que no sabe de lo que hablamos basta con recordar que hace cinco años el hoy Vicepresidente del Gobierno utilizó una de esas barras en el mítico minuto de oro de la campaña del 20-D. “Luego dirán que la fama se la debo al Coletas; no, ya te follaba en las maquetas”.
En 2007 llegó A D10s le pido, un maxi de tres temas en el que redoblaban la apuesta pero con más referencias, más sintes y una llamativa estética maradoniana. Un año después llegó el primer videomontaje para una de sus canciones, es decir el primer videoclip de muy bajo presupuesto. B Boys parade, sin duda uno de los mejores temas de Nega y Toni, fue el sencillo elegido de la maqueta en solitario del primero, titulada Geometría & angustia. No la voy a citar para que quede a la libre interpretación de quien lea y escuche, pero en ese corte se incluye la barra de vacile más hiriente que he escuchado en mi vida y otra que sería un resumen excelente de la cosa: “A nosotros después de actuaciones no nos piden autógrafos, nos piden explicaciones”.
No sería fácil fechar el primer anuncio de Pasión de talibanes, mucho menos seguir el tortuoso camino desde su anuncio hasta su publicación entre numerosos retrasos e incidentes. Estamos hablando de años, en los que –eso sí– tanto Nega como Toni estuvieron activos. Cine, ideología y cultura de masas y Ensayo sobre la fluidez son dos ejemplos de ello. En 2011 llegó Pasión de talibanes y los números hablan por sí solos. El hype no jugó una mala pasada y el disco supuso la consagración definitiva del grupo. Lo siento pero hay que decirlo: no es lo mismo colarse en la fiesta de las estrellas pop cantándole al amor que cantándole a la revolución. No es lo mismo.
2011 no fue un año cualquiera. Es muy recurrente la reflexión sobre la importancia del contexto social en una obra y del momento personal en el impacto de dicha obra. Ninguna obra se enlata al vacío, limpia y ajena a lo que ocurre ahí afuera.
Tras unos años llevando la fórmula hasta lo cómico, el rap ensimismo en las formas y en las técnicas (un “metarap”) entró en crisis y surgió un rap que podríamos denominar “de vivencias” y que tuvo al menos tres expresiones diferentes. Una que no compartía la visión oficial de las cosas –por idílica e irreal– y se rebelaba contra ella de manera primaria, en el parque, por ejemplo; otra que profundizaba en esa contradicción entre el mundo oficial y el real y elevaba la rebeldía a la dimensión política; y, por último, otra que caía en el cinismo y en el hedonismo, algunas veces desde posiciones reaccionarias: si el futuro ha muerto, todo está permitido. La eclosión del trap está estrechamente relacionada con esto.
2011, decíamos, no fue un año cualquiera. Paro, recortes, privatizaciones. El 15M y experiencias novedosas de construcción política como La Tuerka. Es cierto que tendemos a la idealización, entre otros motivos por nuestra falta de perspectivas; somos una generación que tiene nostalgia de acontecimientos recientes. Sin embargo, “las malditas condiciones subjetivas” estaban dirigidas por la rabia y el empuje. ¿Cómo no van a ser las letras de Comanchería (2019) o las que se vienen en David Simon (2020) más desesperanzadas que las de Pasión de talibanes o las de La estanquera de Saigón (2014)? ¿Acaso nuestros oídos no están más cansados, más desmoralizados? Tiene mérito, como Víctor Jara, seguir cantando no por cantar. Ellos lo hacen y tenemos suerte de que así sea.
Los Chikos del Maíz son un grupo exitoso. Esto también me parece importante decirlo porque nunca se dice. Hay muchas formas de ninguneo. Una, sutil, es la que celebra la valentía de las letras, por ejemplo, pero entiende que hay una primera división de rap, así en general, y luego distintos nichos de segunda categoría. No es así, el rap es rap. Los números solo hay que sacarlos contra quienes hacen trampas, pero ahí están. No hace falta mencionar nombres, pero todos sabemos dónde están esos raperos prototípicos y neutrales que nos explicaban cuál era el rap bueno, el de verdad, el que teníamos que escuchar. Por norma general el éxito no es garantía de nada (talento o trabajo previo), pero cuando alguien de abajo triunfa contra los de arriba sin trampas ni privilegios, todos los de abajo triunfamos un poco. Al menos yo lo siento así.
Pronto saldrá David Simon, un EP cargado de crítica social, referencias y samples. La fórmula no es novedosa y a mí seguramente me gustaría escuchar un sonido más actualizado, si se me permite la expresión, pero esa es la fórmula que les ha permitido estar más de 15 años en el juego. Y los que quedan, porque todavía hace falta alguien que se siente en la mesa y nos joda la nochebuena, que diga lo que otros no sabemos o no somos capaces de decir. ¿Cuántas personas habrán puesto algún tema de Los Chikos del Maíz en su casa, en el instituto o en el trabajo para decir algo sin decirlo?
El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020) es un excelente documental que sorprende por su capacidad a la hora de abarcar un proceso complejo como el de la desindustrialización y sus consecuencias, pero quizá lo más valioso son las voces en primera persona de los trabajadores y las trabajadoras afectadas. Estamos demasiado acostumbrados a que otros nos cuenten desde lejos nuestra propia historia. Los Chikos del Maíz es algo más que solidaridad o empatía, son los de abajo cantándole a los de abajo.
Mi año del descubrimiento fue 2005 cuando, con 15 años y un módem de 56 kb/s, descargué Miedo y asco en valencia. Desde entonces hasta ahora.
Artículo publicado en La Última hora! el 2 de febrero de 2021.