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Marx lo dijo: breve resumen del Manifiesto Comunista (Cap. I)

Burgueses y proletarios

«La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de las clases». Así empieza este capítulo, con una afirmación que será una de las piedras angulares del marxismo: la lucha de clases. Continúa diciéndonos que las sociedades ya superadas también se dividían de tal manera; «hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros jurados y compañeros»; resumiendo: «opresores y oprimidos en lucha constante».


Tras el fin del feudalismo y la Revolución Industrial, la burguesía se erige como clase dominante, tanto en la sociedad que Marx describía por aquellos entonces como en la actual. Hoy se ve más nítidamente la división en dos clases (antes podían quedar reductos de sociedades más antiguas y en algunos lugares no había ni burguesía ni proletariado propiamente dicho) antagónicas: la burguesía (propietarios de los medios de producción) y el proletariado (asalariados, trabajadores obligados a vender su fuerza de trabajo para poder subsistir).

La burguesía, que en la historia ha desempeñado un papel revolucionario, como reconoce el propio Marx, «después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, se apodera, finalmente, del poder político en el Estado representativo Moderno». Aclara, en el mismo sentido, que dentro del poder político excluye a las otras clases porque el «gobierno moderno»es en sí «un comité administrativo de los negocios de la clase burguesa». En cuanto a esta afirmación, sin ir más lejos los españoles hemos visto cómo dos de nuestros presidentes, de diferentes partidos e ideologías -supuestamente- han acabado en Empresas privadas como Endesa o Gas Natural, seguidos por una retahila de ministros que han hecho lo propio.

A continuación sigue describiendo a la burguesía y llegamos a un punto interesante: «Impulsada por la necesidad de mercados siempre nuevos, la burguesía invade el mundo entero. Necesita penetrar en todas partes, establecerse en todos los sitios, crear por doquier medios de comunicación». Sigue apostillando algo recalcable: «[la burguesía] ha quitado a la industria su carácter nacional. Las antiguas industrias nacionales son destruidas o están a punto de serlo. Han sido suplantadas (…) por industrias que emplean materias primas traídas de las regiones más remotas y cuyos productos se consumen en todo el globo».

Ambos párrafos representan una definición fidedigna del mercado internacional contemporáneo y de la ‘globalización’. Hoy vemos cómo las pequeñas y medianas empresas ‘autóctonas’ son absorvidas por las multinacionales yendo así a la quiebra. Multinacionales como McDonalds, Nike o Sony, que fabrican sus productos en los lugares «más remotos» del mundo, concretamente donde los salarios son más bajos y donde pueden explotar a sus trabajadores impunemente -especialmente Asia y África-, y luego los exportan a «todo el globo». Por otra parte, cabe destacar el desmantelamiento de la industria española (reconversiones y privatizaciones) y del tejido productivo, hecho por el cual España tiene más imposible salir de la crisis -o siquiera paliar sus efectos- respecto a los países de su entorno.

Este colonialismo mercantil es nefasto económicamente para los países ‘invadidos’ (la contradicción norte-sur es clarividente) pero hay que advertir que esta guerra empresarial y económica es una de las razones que originan el «imperialismo», la fase superior del capitalismo que tanto estudió Lenin. En los últimos años, incluso hoy mismo, hemos sido testigo de guerras de este carácter: Irak, Afganistán, Libia… La razón es sencilla y la explica a continuación:

«[la burguesía] bajo pena de muerte obliga a todas las naciones a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la titulada civilización; es decir, a hacerlas burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen».

No existe mejor representante del imperialismo y que se ajuste más al párrafo anterior que los Estados Unidos de América, que ha invadido, o ayudado a invadir, más de 30 países desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. No se tratan de países donde necesariamente los medios de producción estuvieran en manos del proletariado; simplemente países díscolos, independientes o soberanos reacios a servir de despensa a los EE. UU. Y la OTAN.

La burguesía -continúa- «ha aglomerado a la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos». Esta afirmación me parece especialmente significativa por su evidente actualidad. Basta con servirnos de unos datos esclarecedores, expuestos por Ignacio Ramonet en su libro «Guerras del siglo XXI» (Mondadori, 2002):

En 1960, el 20% de los más ricos de la población mundial tenía unas rentas treinta veces superiores a las del 20% de los más pobres. En 2002, las rentas de los ricos eran, no treinta, sino ochenta y dos veces superiores a las de los pobres, y esa desigualdad ha ido agravándose hasta la actualidad… Las doscientas veinticinco mayores fortunas del mundo representan un total de más de un billón de euros, o el equivalente a los ingresos anuales del 47% de las personas más pobres de la población mundial (¡dos mil quinientos millones de personas!).

Atendiendo a estos datos podemos entender mejor por qué se da la «epidemia» de la que habla a continuación como resultado de las contradicciones del sistema y de las crisis que inevitablemente acarreará: la superproducción. Esto quiere decir, a grosso modo, que se fabrica (oferta) más de lo que se puede comprar (demanda). Hoy vemos, inmersos en una terrible crisis, que esa es una de las consecuencias; el Gobierno burgués empobrece a la población, ésta no consume, empresas quiebran -salvo las grandes que exportan fuera- y no se reactiva la economía.

Cabría preguntarnos, como hace Marx, que cómo sale de esta crisis la burguesía: «Por una parte, de la destrucción violenta de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos». Eso hizo originando (y tras) la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Pero… «¿A qué conduce esto? A preparar crisis más generales y más formidables y a disminuir los medios de prevenirlas«. Y efectivamente llegó la Crisis del 29. Y cuando ‘nadie’ podía imaginar algo parecido llegó la actual crisis. ¿Cómo lo va a hacer la burguesía si prácticamente controla el mercado mundial y apenas puede exprimirlo más? ¿Invadiendo territorios como Irán o Corea del Norte? No sería fácil. ¿Empobreciendo aún más a la población como de hecho está haciendo? ¿Acaso olvidan que, detrás de un trabajador hay, en última instancia, un consumidor?

Por otra parte, paralelamente a la consolidación de la burguesía, se desarrolla el proletariado y se organiza como ‘sujeto’. Son «los obreros modernos, que no viven sino a condiciones de encontrar trabajo, y que no lo encuentran si su trabajo no acrecienta al capital. Estos obreros, obligados a venderse a diario, se convierten en una mercancía similar a cualquier otro artículo de comercio y (…) sufren todas las fluctuaciones del mercado». Claro como el agua: el capitalismo es incapaz de garantizar el pleno empleo y los derechos laborales más básicos para los trabajadores. Sin ir más lejos, España, amén de las recetas capitalistas, tiene una tasa de precariedad laboral -por no hablar de la de paro- de las más altas de Europa.

Como denuncia magistralmente Charles Chaplin en Tiempos modernos(1936), «el productor resulta un simple apéndice de la máquina; no se exige de él sino la operación más simple, más monótona, más rápida».

Si Marx viviera hoy en día, sin duda trataría temas como el cambio climático, el ecologismo y el feminismo. Respecto a ésto último, apostilla que «las distinciones de edad y sexo no tienen importancia para la clase obrera. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo precio varía según la edad y el sexo». Hoy las mujeres siguen sufriendo todo tipo de discriminación laboral. En cuanto a los salarios, su remuneración es entre un 20% y un 50% menor respecto a los hombres en 27 de 39 países con datos disponibles según estudios para la ONU.

Marx creía que la consolidación mundial de la burguesía como clase dominante sería el primer paso para derrocarla, ya que esta consolidación daría como resultado un proletariado consciente de su poder, más aún conforme se fueran agudizando inexcrutablemente las contradicciones del capitalismo como por ejemplo la eventualidad de los salarios por «la creciente competencia de los burgueses entre sí», entre otros factores.

«Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses para el mantenimiento de los salarios». De esta manera triunfarían «efímeramente» aunque el verdadero resultado de estas luchas sería «la solidaridad aumentada de los trabajadores». Sin ser un ejemplo de sindicalismo revolucionario, gracias a la Huelga de 1988 convocada por CC. OO. Y UGT, el Gobierno de Felipe González retiró el plan de empleo juvenil. Son éxitos efímeros, tibios, reformistas y muchas veces insignificantes, pero la solidaridad que despiertan debería ir encaminada, entre otras cosas, al «acrecentamiento de los medios de comunicación que permiten a los obreros de diferentes localidades ponerse en relación»; a potenciar el proletariado como clase y, luego, como partido político. Esta organización, no obstante, es «destruida por la compotencia que se hacen los obreros entre sí».
Continúa Marx explicándonos que «la burguesía vive en un estado de guerra permanente: al principio, contra la aristrocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía cuyos intereses están en desacuerdo con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de los demás países». El ejemplo más escabroso de esto fue la I Guerra Mundial, anteriormente citada, y un ejemplo más actual es la ‘guerra fría’ entre burguesías europeas cuyo bando ganador está encabezando Alemania.

Frente a esta burguesía, «sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria», ya que artesanos, tenderos, pequeños fabricantes o campesinos la combaten porque son «una amenaza para su existencia como clases medias», por lo que «si se agitan revolucionaramente es por temor a caer en el proletariado».

A continuación nos habla del lumpenproletariadoque describiría más adelante en otros escritos, es decir, el proletariado sin conciencia de clase que debido a «sus condiciones de vida»lejos de sumarse al movimiento revolucionario tenderán a «venderse a la reacción».

Dijo el líder de los jacobinos Maximilien Robespierre en 1793, en un Discurso en la Convención, que hasta ese momento «el arte de gobernar no ha sido otra cosa que el arte de despojar y dominar a la mayoría en provecho de la minoría». Casi en el mismo sentido afirma Marx que «todos los movimientos históricos habían sidorealizados por minorías en provecho de minorías»y que, al contrario, «el movimiento proletario es el movimiento espontáneo de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría».

Antes de acabar este capítulo de forma optimista, afirmando que la victoría del proletariado es «inevitable», reafirma que todas las sociedades anteriores «han descansado en el antagonismo entre clases opresores y oprimidas» y que«para oprimir a una clase hace falta al menos poderle garantizar condiciones de existencia que la permitan vivir en la servidumbre».Hay que recordar que el trabajo asalariado fue para algunos amos una nueva y mejor forma de esclavitud pues les resultaba más rentable y sobre todo más cómoda.

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