La política tradicional y el sistema liberal-representativo se encuentran, actualmente, en proceso de descomposición. América Latina es la región donde este proceso se aprecia con más claridad. No es casualidad que, en cada nueva convocatoria, solo haya una certeza: el resultado es imprevisible. En solo un año, Perú, Chile, Costa Rica y la propia Colombia dan buena prueba de ello. En Argentina, a día de hoy está por encima del 20% en las encuestas Javier Milei, un «libertario» que apuesta por regular la venta de órganos.
La crisis es, por encima de todo, una crisis de intermediación. Si bien el ideal democrático no está en cuestión –al menos de forma explícita– como en otras épocas, fallan las grandes instituciones intermediadoras que han sostenido al sistema durante décadas. Las dos principales son los partidos políticos y los medios de comunicación. No son las únicas.
La irrupción de fuerzas «antiestablishment» de muy diverso signo es la manifestación más visible. No basta con analizar el voto a estas candidaturas en cada elección particular, pues debemos situar primero el marco general en el que se insertan: poca participación electoral, aumento de la polarización, aumento de la volatilidad, un pesimismo generalizado sobre el futuro y una sensación mayoritaria de que la política tradicional no vela por el interés general. Surgen fuerzas «antiestablishment» allí donde se produce un cortocircuito en la representación política que, más allá de las particularidades nacionales, tiene causas generales: la corrupción, los incumplimientos políticos, programáticos e ideológicos y la unión tácita de las distintas élites políticas para que nada cambie.
Esa crisis de representación tiene en España dos hitos principales: mayo de 2010, con efectos políticos disruptivos principalmente en la izquierda, y octubre de 2017, con efectos disruptivos principalmente en la derecha. En ambas fechas se produce una quiebra cultural y afectiva que posibilita, más adelante, la irrupción de Podemos, Ciudadanos y, por último, Vox. En ambas fechas la ruptura se traduce en una sensación similar de decepción y traición: estos están haciendo lo contrario de lo que nos dijeron, es decir, lo mismo que harían los otros. El caso de Vox es representativo: no nace ni se impulsa, como dice el relato interesado, de la crisis económica y del supuesto abandono de la izquierda de las clases populares y las preocupaciones «materiales». La irrupción de las derechas radicales europeas se insertan en un proceso más profundo y más complejo. La crisis económica lo agudiza, pero no lo genera.
Quien mejor ha resumido esta crisis de representación en España ha sido Ignacio Sánchez-Cuenca en El desorden político (2022, Catarata) y Jaime Durán Barba en América Latina. No por casualidad, el equipo de este está detrás del éxito de innumerables experiencias electorales de las nuevas derechas latinoamericanas. En su último libro (La nueva sociedad, Debate) de reciente publicación junto con Santiago Nieto, afirma que «el temor reverencial a la autoridad entró en crisis». Ahora, «los electores buscan y encuentran dirigentes que se les parecen por su apariencia física, su indumentaria, su lenguaje corporal, sus gustos, sus aficiones. Desconfían de los que parecen muy ricos o preparados, incluso cuando tienen más méritos que la media de la población. Ser muy inteligente, culto o rico puede ser peligroso para conseguir votos».
La figura de Rodolfo Hernández
En este contexto emerge Rodolfo Hernández en Colombia, el actual candidato de las élites y las derechas para propiciar un «cambio sin cambio» en clave «transformista», es decir, para impedir un cambio real que cuestione la hegemonía histórica de ambas. En el anterior artículo publicado en esta revista la semana pasada, Jaime Bordel y Javier Castro escribieron un perfil del excéntrico candidato, el cual merece una mirada más pausada. Realmente es un político particular.
En cualquier caso, la irrupción de Hernández trastoca la campaña electoral y obliga al equipo de Gustavo Petro a un reajuste estratégico. Podemos empezar con un reconocimiento: a día de hoy, es probable que Hernández ganara la segunda vuelta. Las cosas serían bien distintas si Federico Gutiérrez hubiera quedado segundo, pero esa hipótesis ya es historia. Gustavo Petro todavía puede ganar. Aunque parezca paradójico, que la mayoría dé como vencedor a Hernández es una oportunidad. Nadie, por cierto, puede demostrar que difundir una encuesta en la que nuestra opción es mayoritaria tiene algún tipo de beneficio, especialmente en sociedades con altas dosis de desigualdad, desconfianza hacia los vencedores y una cierta empatía con los perdedores. De las 100 lecciones que aprendió Joe Napolitan, el fundador de la consultoría política, tras 30 años trabajando en campañas electorales, la segunda es que el efecto del voto ganador no existe ni siquiera en sociedades adictas al relato del éxito como la norteamericana. Según los citados Durán Barba y Santiago Nieto, en América Latina la teoría no solo es «falsa en general», sino que se ha demostrado que en múltiples ocasiones ha provocado el efecto contrario. La derrota de López Obrador en 2016 es uno de los ejemplos más significativos. En Ecuador y en Chile, por cierto, perdieron en segunda vuelta los candidatos que ganaron en la primera.
Resistir la tentación
En esta situación, el Pacto Histórico podría caer en la tentación en la que suelen caer las fuerzas progresistas en escenarios similares: erigirse como la alternativa de cambio seria, responsable y con capacidad de gobierno para intentar atraer al voto «sensato» –más allá de sensibilidades ideológicas– y así evitar el triunfo del «fantoche extravagante» de turno que no tiene ni programa, ni proyecto, ni capacidad de gestión. Sería una respuesta lógica y coherente, pero probablemente insuficiente en términos electorales, aunque esto no significa que haya que despreciar dicha bandera.
La principal fortaleza de Hernández es su perfil «outsider»: no le penaliza parecer un loco incapaz de gestionar una comunidad de vecinos si ello lo aleja de la imagen del político tradicional. Volvamos a la reflexión del principio: la política tradicional y el sistema liberal-representativo están en proceso de descomposición. Hay amplios sectores hartos de la vieja política que prefieren un loco a un político tradicional. Aunque nos parezca un peligro para la convivencia, necesitamos entender el estado emocional y afectivo actual del electorado para canalizarlo hacia posiciones democráticas.
Hacia la disputa del sector clave
Hay otra opción para disputar en mejores condiciones la bolsa de electores que decantarán la balanza, los indecisos, que son más que los indecisos declarados en las encuestas. En los últimos días de campaña hay más movimientos de los que una encuesta puede recoger dos semanas antes del día de la votación. El mismo domingo, de hecho, se moverá un porcentaje elevado que decantará la balanza. Estos indecisos difícilmente se sentirán atraídos con mensajes de responsabilidad o sensatez, pues son precisamente quienes más alejados están de la actividad política, de sus rutinas y de sus códigos. Son los más desapegados, los que menos se identifican con las adscripciones ideológicas, partidarias e institucionales clásicas. El Pacto Histórico no puede ganar con un mero reajuste del voto de la primera vuelta. Intentará atraer y sobre todo desactivar a una parte de los electorados de Gutiérrez y Fajardo, pero ya sabemos que el trasvase hacia Hernández será mayoritario. De hecho, ya lo ha sido.
Así pues, podría ser útil disputar la batalla en uno de los terrenos donde, a priori, Hernández podría ser más fuerte: en el de los indecisos sin sensibilidades ideológicas sólidas y con poco apego político-institucional. En la segunda vuelta de las elecciones chilenas, Gabriel Boric hizo una incursión arriesgada pero coherente con su estrategia «presidencialista» en marcos desfavorables, como el debate de la seguridad, para ampliar su base electoral. Fue un acierto. La fortaleza de Hernández, el apoyo unánime del resto de líderes, puede ser su debilidad si se trabaja en esta dirección: si los representantes de la política tradicional se vuelcan en su apoyo por su odio a Petro y el progresismo, pueden debilitar su principal fortaleza, el perfil «outsider». Los nuevos mensajes de Hernández parecen ir en esa dirección: el cambio que une. Pero el cambio que une a uribistas y antiuribistas no puede ser cambio, sino chalaneo con las viejas élites políticas que han llevado a Colombia a una situación insostenible. Federico Gutiérrez frenó su ascenso en las encuestas en el momento en el que empezó a recibir apoyos públicos de grandes líderes de lo viejo. Ese fue el punto de inflexión para el ascenso de Hernández y la derrota de ‘Fico’.
Tampoco se trata de disputar, literalmente, la apropiación del concepto de cambio añadiendo el adjetivo «real». Eso lo deben hacer, con sus apoyos y con las contradicciones que Petro agudice, ellos mismos y su miedo a un avance transformador. Por eso es importante la autenticidad, la frescura y el antagonismo contra el establishment y sus distintos voceros. No es el miedo a un supuesto izquierdista peligroso lo que separa al Pacto Histórico de los votantes que necesita para ganar las elecciones, sino la creencia de que dicha candidatura no es una alternativa lo suficientemente auténtica para iniciar una nueva etapa. Porque Petro, más que de izquierdas, es un candidato ya conocido y de larga trayectoria. Y, por tanto, previsible en los tiempos del «cliffhanger».
Gustavo Petro sin intermediarios
En esta segunda vuelta, el Pacto Histórico necesita al Gustavo Petro más auténtico, más suelto, más dinámico, para dirigirse con éxito a los sectores electorales que le pueden dar la victoria. Por su perfil, estos son los sectores con mayor capacidad para repeler los argumentos más «racionales» y las formas más tradicionales. La tarea de esta segunda vuelta podría resumirse en acercar al candidato, sin intermediarios de ningún tipo, a los sectores electorales que el Pacto Histórico necesita para ampliar la base actual de voto y conseguir la victoria. La campaña en esta segunda vuelta parece ir, efectivamente, en esta dirección.
La mayoría de los colombianos y de los medios dan a Hernández como ganador, pues ha sido la sorpresa –y el vencedor «moral»– de la primera vuelta y ha conseguido el apoyo mayoritario del resto de líderes. Esta posición ganadora y el discurso de unidad de Hernández dejan un camino libre, el de la remontada. «Estábamos rozando con los dedos el cambio frente a la decadencia del uribismo y las élites, pero por el camino estas encontraron a un nuevo aliado. Sin embargo, Colombia ha despertado y la mayoría social a la que nunca escucharon las élites va a iniciar una nueva etapa de cambio, renovación y progreso. Ningún avance a lo largo de nuestra historia fue fácil, ni lo conseguimos recorriendo un camino rectilíneo».
En este relato, el verdadero antagonista son las viejas élites (representadas particularmente por los restos del uribismo). Hernández es el obstáculo que los de arriba han puesto en el camino del cambio. Los héroes son la mayoría social a la que, de nuevo, quieren robar la posibilidad de escribir su propio futuro. El candidato Petro, un modesto portavoz de esta. Y, por supuesto, el reto es iniciar la nueva etapa. Si el Pacto Histórico sitúa a Hernández como el antagonista único o principal, es probable que los efectos sean contrarios a los deseados, esto es, que salga reforzado, unificando todo el voto conservador y anti-Petro. Sin embargo, si lo ubican al lado de lo viejo aprovechando las alianzas de las élites, le pueden hacer daño. Dicho de otra manera, no se trata tanto de reforzar la idea de Hernández loco e incapaz (outsider) como la idea de Hernández candidato de los uribistas y las élites (obstáculo del cambio).
Si la campaña se disputa en el marco más ideológico izquierda-derecha, pierde el Pacto Histórico. El marco de solvencia institucional frente a incapacidad es insuficiente. El marco de cambio «real» frente al cambio a secas relega al Pacto Histórico a una posición subalterna: el único cambio, sin adjetivos ni apellidos, es el que puede liderar Gustavo Petro, pero la clave no está en decirlo, sino en evidenciarlo. La autenticidad es más importante que la «realidad».
Artículo publicado en la revista laU el 6 de junio de 2022.