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«La derecha» como coartada para el chalaneo

Los términos políticos “izquierda” y “derecha” son relativamente antiguos. Su origen data de la Revolución Francesa, más concretamente de la Asamblea Nacional, la cual estaba dividida en dos: en la izquierda estaban los revolucionarios (y progresistas) que defendían a los sectores populares, a “los de abajo”, y en la derecha estaban los conservadores que defendían el statu quo (y los reaccionarios que querían volver a viejas formas de dominación), claramente a favor de los ricos, de “los de arriba”.
Ha llovido mucho desde entonces y, debido a la fragilidad científica para definir ambos términos, éstos han sido denigrados y vaciados de contenido principalmente por quienes se esconden tras ellos para despistar y confundir a los trabajadores. En política hay un principio imprescindible a la hora de construir un discurso: lo concreto nos une (o pone a cada uno en su lugar) y lo abstracto nos divide. Nunca llegaremos a la gente predicando las bondades del socialismo mediante simbología pero sí a través de un programa concreto y unas medidas concretas que beneficien claramente a la mayoría social del país.
Si nuestras estrategias o tácticas están subordinadas en cualquier medida a términos abstractos vaciados de contenido (“la unidad de la izquierda” o “parar a la derecha”) significa que hemos perdido la batalla antes de empezar. La construcción de un discurso sobre unos cimientos teóricos totalmente obsoletos conducen de manera inevitable a pasos en falso, a incoherencias difícilmente explicables y a callejones de los que no se puede salir. Una mentira (por maldad o simple ignorancia) lleva a otra mentira y otra mentira te convierte en alguien sin escrúpulos ni honestidad, condiciones indispensables para cualquier político de “izquierdas”.
Esta trampa retórica, usada para despistar y confundir a los trabajadores -insisto-, cobra especial sentido en España por el diseño concreto del sistema de partidos bipartidista. Sistema diseñado en los despachos yankis, financiado con los marcos alemanes y firmado en las secretarías franquistas, como maniobra gatopardista de legitimación que la oligarquía franquista ejecutó para asegurarse que nadie se atreviera a tocar los poderes económicos.
El truco del bipartidismo consiste en presentar dos opciones de Gobierno distintas, alternativas la una a la otra; una de izquierdas y otra de derechas. Cualquier estudio mínimamente riguroso pondrá de relieve, tras 22 años de gobiernos ‘de izquierdas’ (PSOE) y 14 de gobiernos de derechas (UCD y PP) que ambas opciones aunque no estén de acuerdo en cuestiones superficiales sí lo están en todas las cuestiones de fondo, especialmente las económicas. En la mitología romana el Dios Jano tiene dos cabezas, una mirando a la izquierda y otra mirando a la derecha pero ambas se yerguen del mismo cuerpo. En este caso, ambas se yerguen representando al mismo sistema capitalista, hoy en crisis.
No hay que ser muy astuto ni estudiar mucho, pues, para darse cuenta de que el enemigo de la izquierda (sin adjetivos) es el bipartidismo y no “la derecha” ya que al utilizar este término se está salvando de la quema al PSOE, tan responsable o más de la situación que hoy padecemos que “la derecha”, únicamente representada por el PP. Además, se legitima el bipartidismo al hacer creer que efectivamente hay una opción de izquierdas y otra de derechas, lo que condena a la izquierda al ostracismo y a la marginalidad, donde parece ser que no se está tan mal.
La tarea de la izquierda, a mi juicio, es andar en el mismo sentido que anda la calle, tensando la cuerda para romper el bipartidismo, fiel representante y vocero del sistema capitalista. Todo lo que no vaya en esta dirección, a mi juicio de nuevo, es correr en círculos; serán unos nuevos Pactos de la Moncloa, será hacer de tapón para que la rebeldía no desborde y no arrolle al putrefacto régimen ‘surgido’ de la Transición.

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