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Para derrotar a la ultraderecha no basta con denunciar la amenaza que supone. Hace falta contraponer un proyecto alternativo en positivo. Hay consenso sobre esta idea, que se ha repetido durante los últimos años. Siendo cierta, solo es una parte de la verdad.
Por partes. El objetivo fundamental de una campaña electoral es construir una mayoría. Las mayorías se arman creando vínculos con gente que, con suerte, nos verá como el mal menor, y no como sacrificados portadores de un proyecto de redención colectiva (humildad, candidatos). Así pues, el contraste es la clave: no hay posibilidad de construir mayorías sin adhesiones instrumentales y movilizaciones a la contra.
The Lincoln Project fue creado en 2019 por republicanos y exrepublicanos para combatir a Trump. Desde entonces han puesto en marcha numerosas campañas de todo tipo: positivas, neutras y negativas. Las negativas, las más duras, eran mal valoradas: agresivas, desagradables. Lo interesante es que la gente que las juzgaba así, al mismo tiempo mostraba una mayor predisposición a movilizarse contra Trump. Y de eso se trata.
Harris ha fichado a Plouffe para su equipo de campaña, uno de los principales artífices de la estrategia electoral de Obama en 2008. La elección de Harris como candidata —y de Walz como su mano derecha— ha generado una ola de entusiasmo por contraste con la decadencia de Biden. Los mensajes positivos están calando y Trump parece nervioso, como evidenció en su rueda de prensa (error no forzado).
Sin embargo, la clave no estará en que la vicepresidenta de un sistema político deslegitimado, por consiguiente representante del establishment, se convierta de repente en una especie de mirlo blanco ilusionante. Eso no ocurrirá. La clave estará en que los demócratas puedan explicar de manera inteligible las consecuencias nocivas, reales, concretas y tangibles, de Trump y su programa.
Y dentro de esta estrategia de contraste, la defensa de la libertad, la democracia y el pueblo, como vienen señalando desde hace años Lakoff y su equipo de FrameLab. El contraste no tiene por qué ser agresivo o violento. Podemos explicar con claridad las diferencias entre nuestro proyecto y el rival sin necesidad de utilizar artimañas sucias.
Sin ilusión puede haber campaña, aunque no sería lo deseable ni un buen síntoma, pero sin contraste no.