Ayer viendo el debate se me vino a la cabeza esta escena de Aprile, la película de Nanni Moretti. En ella, el bueno de Moretti se indignaba frente a su televisor porque il cavaliere Berlusconi se estaba merendando a su candidato, el impasible D’Alema, incapaz de llevar el ritmo del debate. Tiene gracia porque es la misma escena que mencionaba Pablo Iglesias en sus charlas sobre comunicación hace tan solo 3 o 4 años cuando era conocido en su casa a la hora de comer y poco más. Anoche no ganó Rivera; perdió Iglesias. Reconoció estar cansado y transmitió agotamiento (la expresión corporal nunca miente y poco se puede hacer, pero lo primero es un error de bulto); a ratos fue tan a remolque que se limitaba a dar la razón a Rivera (solo le faltó pedir el voto para él, aunque hizo la pertinente gracia al respecto); su formato de retórica se venía abajo con cada interrupción de Rivera, que sentenciaba con frases simples y directas en forma de titular; y cometió el tremendo fallo de reconocer, legitimar y potenciar el relato de Ciudadanos: un “cambio” sensato y solvente, capaz de cuadrar las cuentas. Jordi Èvole tuvo que interrumpirlo para que lo repitiera… En fin, se lo jugaron todo a la carta mediático-electoral y resulta que el poder consiguió neutralizarlos en tan solo un par de meses, poniendo a unos que juegan a lo mismo pero son más listos y más guapos. Y lo peor es que uno ni siquiera puede alegrarse de las desgracias de quienes se alegran de tus desgracias porque el avance de Ciudadanos, aunque no sea solo el partido del IBEX 35, es una mala noticia. Una mala noticia porque están llamados a ser el puntal del régimen del 78 que ya inició su propio proceso de Restauración en sentido oligárquico y que probablemente culminará con una reforma constitucional: aunque cambien algunas caras por arriba, se seguirá crujiendo a los de siempre, a los de abajo.