Casualidades de la vida, a pocos minutos de acabar la magnífica Pride (2014), de Matthew Warchus, me topaba con la respuesta del Nega a Antonio Maestre: La clase obrera como campo en disputa. Sí vi la entrevista en Otra vuelta de Tuerka, pero no leí el primer artículo de Maestre porque pensé que vida solo hay una para tirarse todo el día leyendo artículos de Público, La Marea o Cuarto Poder sobre Podemos y adláteres. Una vez leídos ambos, con la entrevista reciente (en ella iba una parte importante de mi adolescencia tanto política como musical) y tras darle un 9 en FilmAffinity a Pride, me gustaría exponer algunas apreciaciones.
Habrá que empezar por el principio, ya que en estos tiempos líquidos las obviedades son más necesarias que nunca. Vivimos bajo un sistema capitalista que nos divide en clases sociales, con intereses antagónicos, según nuestra posición respecto de los medios de producción; simplificando mucho, está la burguesía por un lado, y la clase obrera, por otro. Desde la Asamblea Nacional Francesa, la metáfora que se utiliza para representar esa pugna es la dialéctica izquierda/derecha, que ha ido difuminando el sistema de partidos español hasta ser sustituida, en buena medida, por dialécticas como arriba/abajo o mayoría/minoría. En cualquier caso, que la contradicción principal sigue siendo capital/trabajo es indiscutible, como lo es la existencia de la clase obrera, aunque el posfordismo la haya sometido a mutaciones, desarticulaciones, etc. El precariado como “clase social emergente” no existe; existen las condiciones de precariedad en las que los trabajadores venden su fuerza de trabajo (¿en los años 20 no existía la precariedad?). Al menos en España, se utiliza el concepto precarioprincipalmente para denominar a los trabajadores con estudios, haciendo una separación de los sin estudios, siempre partiendo de un elitismo clasista: que jóvenes con carreras trabajen en condiciones de miseria es una infamia, que lo hagan sin estudios ya no tanto. A raíz de Chavs, el libro de Owen Jones, se abrió un debate interesante, y es importante empezar por aquí, porque Nega fue el primero que se enfrentó a la izquierda académica-mediática (incluido Pablo Iglesias) defendiendo la existencia y, por tanto, la capacidad revolucionaria de la clase obrera.
Siguiendo con un análisis marxista (y muy simplista por razones de espacio), sobre esa infraestructura que determina las condiciones económicas y materiales, se levanta la superestructura como el conjunto de chiringuitos político, jurídico, institucional, cultural, mediático, etc. para conseguir, en última instancia, que la clase dominante sea capaz de presentar sus intereses particulares como los intereses generales, de imponer su particular visión del mundo haciendo que los dominados la asuman y la incorporen al «sentido común». El poder es como un centauro, tiene una parte animal y otra humana: no solo gobiernan con la fuerza, también con el consentimiento. Aquí es donde ganan notoriedad autores como Atlhusser (y sus estudios sobre los aparatos ideológicos del Estado) o Gramsci (muy recurrido últimamente), aunque ya Marx se lamentó de que, por razones de tiempo, pusieran menos énfasis del necesario en el estudio de la superestructura. En cualquier caso, el propio Marx dejó escrito que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Eso quiere decir que la ideología dominante es la ideología burguesa, se exprese en forma liberal o conservadora, en racismo o en machismo (ambas existían antes del capitalismo pero desde luego funcional a éste son), en pelearse con un familiar por la herencia o en pisar a tu compañero de equipo para que no te quite el puesto de lateral, en Belén Esteban como ídolo de masas o en la figura del emprendedor.
No nos engañemos: los que sufrimos la crisis somos mayoría (clase en sí), pero quienes tenemos conciencia de ello (clase para sí) y apostamos por un proyecto rupturista, una minoría. Salvo que demos por buena la teoría de que en el capitalismo la mayoría puede hacerse rica y los 11 millones de votantes del PP son todos grandes empresarios, banqueros o terratenientes. Si, por el contrario, creemos que la clase obrera está desorganizada y una buena parte de ella vota bipartidismo (o abstención “inconsciente”), estamos diciendo que la clase obrera vota a un partido racista, homófobo, que gobierna radicalmente en contra de sus intereses y además está fundado por un exministro franquista; o a un partido que, para más saña, se dice socialista y obrero y los malvendió a Alemania, entre otras cosas. También está la teoría de que todos son tontos. No, ni una cosa ni la otra: la política es algo principalmente irracional, emocional; influye la ideología, que es algo mucho más complejo que definirse como progresista o conservador: influye el miedo, la incertidumbre, el sermón del padre a la hora de la comida, los telediarios, la radio, los Trending Topic, el profe de historia de bachillerato, tu novio, tus amigos, el camarero, los anuncios en el descanso de un derbi, etc. Criticar la renta básica o decir que dentro de la clase obrera hay racismo o machismo, no es tener una mala malísima visión antropológica del ser humano, es decir que el ser social determina la conciencia.
Mientras no seamos capaces de construir espacios de socialización lo suficientemente potentes como para disputar la hegemonía y en último término la ideología dominante, existirá la alienación, la falsa conciencia y los obreros asumiendo como suyos los valores del enemigo. Así ha sido siempre y así será, por mucho que caigamos en la visión paternalista (normalmente bienintencionada) que mitifica a la clase obrera como un sujeto histórico perfectamente definido que comparte unos valores emancipadores preestablecidos. A la vista está el éxito (histórico y actual) del determinismo económico que ve en la crisis el detonante exclusivo de una revolución ya que, obviamente, todos sabemos que el aumento de las deudas conllevan, per se, un aumento directamente proporcional de la concienciación y organización para derrocar el régimen en un sentido rupturista-democrático: por eso Le Pen ganará las elecciones francesas gracias al voto de los barrios obreros ocupados antaño por el PCF.
Dicho todo esto, y asumiendo que la clase obrera es un nudo de contradicciones, hay que darle la razón a Maestre para darle la razón después, paradójicamente, a Nega: Podemos es la mejor expresión del 15M, que se componía principalmente por la pequeña burguesía, la aristocracia obrera o, en términos vulgares, “la clase media venida a menos” que vio mermada sus aspiraciones (“estudia y vivirás mejor que tus padres”). Clasismo hipster en general y titulitis en particular había en el 15M y hay en Podemos: es tan obvio que ni decir tiene. No obstante, hay que reconocer que está llegando a un espacio donde IU jamás llegó: clase obrera sin formación y desideologizada (las limitaciones de unos y los aciertos de otros se pueden constatar en cualquier análisis sociológico-electoral) que permanecía (y en buena medida sigue permaneciendo) impasible ante el conflicto.
Nega dice que la clase obrera es capaz de lo mejor y de lo peor. En Pride eso se aprecia de manera maravillosamente descarnada. En 1984 los mineros ingleses se declaran en huelga contra el gobierno Tatcher. Un grupo de gays y lesbianas debate crear una plataforma de apoyo económico: la mitad de ellos se van alegando que son los mismos que se tiraron toda la juventud metiéndose con ellos e incluso pegándoles. La otra mitad se queda y tira para adelante: cuando intentan ponerse en contacto como Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM)con el sindicato, éste ni les abre la puerta. Una vez que los atienden, sufren el rechazo de una parte importante de los mineros, pero a posteriori, con pedagogía y trabajo (el movimiento obrero es una mano sobre otra, dice un líder sindical) se producen esos lazos de solidaridad impensables en otra comunidad. Los mismos mineros que años antes llamaban pervertidos a gays y lesbianas, años después fueron a la manifestación del Orgullo Gay como señal de apoyo. Eso es la clase obrera.