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6 reflexiones sobre el resultado de las elecciones en Galicia y Euskadi

Todos los medios de comunicación están a las órdenes de los mismos señores a pesar de la aparente y ficticia pluralidad. Mención aparte merece TVE, medio público permanentemente secuestrado por el gobierno de turno que el otro día ofreció una muestra perfecta de lo que sería el NO-DO en color. Un medio libre, plural y democrático no eliminaría la intervención de la representante del segundo partido vasco por la intervención, metida con calzador, de la cuarta fuerza política que, además, ha bajado en votos y representación parlamentaria. Por no hablar de la cobertura mediática a las fuerzas del régimen (incluída EB en Euskadi) condenando al ostracismo a EH Bildu, AGE y EA entre otras.
Seguimos siendo un país cultural y sociológicamente franquista. Hasta los mochos. Basta con tocar una de las hipóstasis que componen la Santísima Trinidad del Reino de España: la Unidad Nacional. Siempre que salen vascos o catalanes a la palestra asistimos a un recital maravilloso de patrioterismo barato basado principalmente en aquello de contra el de al lado y no contra el de arriba que perfectamente podría protagonizar cualquier militante de Falange o UPYD.
El bipartidismo, vocero y representante del régimen, sigue agrietándose paulatinamente. El PP pierde votos (y parlamentarios) en Euskadi, donde es una fuerza residual, pero también pierde votos en Galicia (más de 100.000 respecto a las autonómicas de 2009 y más de 200.000 respecto a las Generales de 2011) a pesar de la mayoría absoluta y un incremento de parlamentarios propiciado por una Ley Electoral infame. El PSOE sigue los pasos de su homólogo griego PASOK y va directo al precipicio de manera inevitable, a no ser que algún alma caricativa le eche una mano desde su izquierda. Dicen que las derrotas electorales llegan después de las derrotas sociales y políticas, seguramente sea cierto y los resultados electorales (amañados por tamaña cantidad de procedimientos antidemocráticos) no reflejen de manera fidedigna cómo está “la calle”, pero lo cierto es que tanto la izquierda parlamentaria como la extraparlamentaria no es capaz de canalizar el descontento a pesar de las recurridas “condiciones objetivas”. Podemos pasarnos la mano por el lomo pero esa no es manera de conciliar la realidad con nuestros deseos.
El desplome del bipartidismo y a su vez del régimen no es per se una buena noticia puesto que si no trabajamos, el socialismo no resurgirá como Venus de entre las aguas, al contrario: vendrá el fascismo a pecho descubierto. Quienes esperan a que esto reviente para intentar pescar en río revuelto deberán dar explicaciones cuando sea la derecha más extrema en forma de Tea Party, de tecnócrata o de Caudillo quien recoja o se apropie de manera indebida del descontento y la indignación. La dominación económica es bestial pero más aún es la dominación ideológica y cultural; si no empezamos a entender que aparte de las condiciones económicas y de la infraestructura, existen las condiciones subjetivas (los medios de comunicación, la cultura, la ideología, etc.) y la superestructura, no tenemos nada que hacer porque automáticamente nos reducimos a simples loros que no dan más que para citar a Marx o a Lenin sin entenderlos y además sin hacerlos entender.
Nos encontramos en el contexto más propicio para la llamada “izquierda transformadora”. No sólo se confirma de manera clarividente lo que llevamos diciendo toda la vida sino que además nuestro principal rival político, la “izquierda socialdemócrata” hegemónica, se deshace como un azucarillo. Aún así no canalizamos un descontento que incluso va más allá del espectro de “izquierda”. Algunas de las razones, a mi modo de ver, son las siguientes: la institucionalización, debida principalmente a; la falta de organización y contacto con el tejido social; los coqueteos con el social-liberalismo; la falta de un mensaje claro, valiente, coherente y rupturista; la falta de liderazgos con carisma y la suficiente capacidad intelectual para dar la batalla dialéctica e ideológica, para emocionar, para enseñar y para proyectar perspectiva de alternativa (con las excepciones de Beiras o Anguita antaño, discrepancias ideológicas aparte); la visión de ‘unidad’ como refrito de siglas, y no como unidad en torno a un programa, que nos llevan a peleas internas y, precisamente, a la desunión y a las zancadillas; etc.
El capitalismo, en su versión monopolista e imperialista, no sólo ha borrado del mapa los derechos laborales conquistados durante siglos, las libertades democráticas y los Derechos Humanos más básicos. También se ha llevado por delante a la socialdemocracia. Si en tiempos de bonanzapodía permitir un (estrechísimo) margen de maniobra o lo que es lo mismo, mostrar dos caras como el Dios Jano (una de izquierdas y otra de derecha), hoy ya no hay lugar para medias tintas. Esto quiere decir que hoy, más que nunca, o se es parte de la solución o del problema. Esto quiere decir que quienes pretenden ocupar el lugar que históricamente ha ocupado el PSOE, quienes aspiran a rascar unos porcentajes en un Presupuesto o quienes simplemente aspiran a ser la pata izquierda del régimen, son unos estafadores, y lo que es peor: unos traidores. Porque en política, como en La divina comedia, el más condenable de los pecados es la traición.

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