Huelga decirlo (también)

En la España de Aurora de esperanza (1937) hay paro, hambre y miseria. Hay casas en las que no entra ningún sueldo porque todos los miembros están en paro. Los pocos que trabajan lo hacen en condiciones de precariedad y explotación. Cualquiera que tenga ‘sentido del momento histórico’ es consciente de que hay que cambiar lo que debe ser cambiado porque los seres humanos no son tratados como tales. Pero también hay miedo, dudas y excusas; no hay organización, no hay unidad y no hay liderazgos. Hasta que alguien se arriesga, se echa pa’lante y ve cómo un pueblo aparentemente dormido lo sigue y se va concienciando. Porque la concienciación es un proceso dinámico fruto de la movilización, de la unión entre la teoría y la práctica. Y por supuesto consiguen lo que meses antes parecía imposible: un pueblo (para sí) consciente de que lucha por su emancipación puede conseguirlo todo, basta con tirar de Historia y dialéctica. Ahora bien, un pueblo que prefiere agachar la cabeza, que prefiera besar la bota que le pise y que, en definitiva, no está dispuesto a perder horas de sueño por calentarse la cabeza, está condenado a lo que hoy vemos. Y merecido se lo tiene.

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